
Todos los niños crecen, menos uno, crecen. Desde muy pronto saben que van a crecer, y Wendy lo supo de la siguiente manera: un día, cuando tenía dos años, estaba jugando en el jardín, cogió una flor y corrió con ella hacia su madre. Supongo que en ese momento estaba encantadora, por que la señora darling se llevó la mano al corazón y exclamó: "¡Ojalá pudieras quedarte así para siempre!"Fue todo lo que ocurrió entre ellas, pero desde ese instante Wendy supo que tenía que crecer. Todos nos enteramos de eso a los dos años. Los dos años son el principio del fin. [...]
Algunas veces, durante sus viajes por las mentes de sus hijos, la señora Darling descubría cosas que no podía comprender, y, de todas ellas, la más desconcertante era la palabra Peter. No conocía a ningún Peter, y, sin embargo, esa palabra estaba aquí y allá, en las mentes de John y de Michael, y empezaba a aparecer, garabateada, en la de Wendy. Ese nombre estaba escrito en letras más grandes que las de cualquier otra palabra, y mientras la señora Darling lo contemplaba tuvo la impresión de que tenía un aire curiosamente descarado.
-Sí, es un poco descarado- admitió Wendy a regañadientes.
Su madre le había preguntado por él.
-Pero, ¿quién es, cariñito?
-Es Peter Pan, si ya lo sabes, mamá.
Al principio la señora Darling no lo sabía, pero después de volver a sus recuerdos de infancia, se acordó de un tal Peter Pan que, según decían, vivía con las hadas. Sobre él corrían historias extrañas; contaban, por ejemplo, que, cuando los niños morían, él los acompañaba durante una parte del viaje para que no tuvieran miedo. En esa época había creído en su existencia, pero, ahora que estaba casada y era una persona razonable, dudaba mucho de que tal persona existiera. [...]
-Wendy, me escapé el mismo día en que nací.
Wendy quedo tan sorprendida como interesada, y con deliciosos modales de salón, echando hacia un lado el camisón, le indicó que podía acercarse a ella.
-Fue porque oí a mi padre y a mi madre -le explicó él en voz baja- hablar de lo que sería cuando me volviese un hombre.
Ahora daba muestras de una gran agitación.
-No quiero volverme un hombre...nunca- dijo en tono apasionado. -Quiero ser siempre un niño pequeño y divertirme. Por eso me escapé a los jardines de Kensington y viví mucho tiempo con las hadas. [...]
-Verás, Wendy, cuando el primer niño rió por primera vez, su risa se rompió en mil pedazos que saltaron por los aires en todas direcciones, y así fue como aparecieron las hadas.
La conversación era aburrida, pero a Wendy, que nunca se había movido de su casa, le gustaba.
-Por eso -continuó él amablemente - debería haber un hada para cada niño y niña.
- ¿Por qué dices debería haber? ¿No hay suficientes?
- No. Verás, los niños de hoy en día saben tantas cosas que dejan de creer muy pronto en las hadas, y cada vez que un niño dice: "Yo no creo en las hadas", en alguna parte cae muerta un hada.
Peter y Wendy - James M. Barrie
Lo reconozco me gusta la Navidad. Aunque lo más novedoso hoy en día sea la actitud subversiva ante estas fiestas. Sin embargo, no puedo, ni quiero evitarlo, me gusta. Me gustan sus olores, sus sonidos, sus risas, me gusta el Kitsch hortero con que se viste la ciudad. Me gusta juntarme con mi familia y mis amigos, con los que están y con lo que no. No tan ausentes, sin embargo, siempre vivos en el corazón, tan cerca que diría que nunca se fueron. Me encanta recibir felicitaciones, de las de verdad, con sobre, sello y cartero. Me apasiona el aroma del cardo con almendras en la cazuela y el del cabrito en el horno. Me excita el descorche del champán y las copas al brindar. Y me fascinan los niños hiperactivos de azúcar e ilusión. Todavía me emociono en la cabalgata de Reyes y oigo, entre sueños, las pisadas de los Magos dejando los regalos bajo el árbol.
Escucho a los que hablan de consumismo exacerbado, de pérdida del verdadero sentido navideño, de los propósitos que caen en sacos rotos... Escucho y comprendo, pero no puedo dejar de sentir lo que siento. Mi ilusión es más fuerte que las contradicciones, tal vez sea el Peter Pan descarado que guardo en mí o tal vez sea porque estoy harta de que mueran más hadas.
¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!
Stella

El poema de Wislawa Szymborska me encanta...
"Me sorprendo de cuán poco queda de mí:
un ser individual, por el momento del género humano,
que ayer simplemente perdió un paraguas en un tranvía."
La perdidas son duras.
Pero creo que lo que perdemos
nos hace encontrarnos
a nosotros mismos.
Es la lección más dura.
Es la lección que no deseamos aprender.
La lección a la que todos quisieramos faltar en la escuela de la vida.
Pero es la lección que más nos enseña.
La que más nos descubre.
La que más nos hace sentir-sentirnos.
La que más nos muestra nuestro interior.
La lección que más humanos nos hace.
La perdida paradójicamente es encuentro.
Encuentro doloroso con lo que nos falta
Encuentro doloroso con nuestro dolor.
Pero encuentro entrañable con lo más humano que somos.
En las perdidas nos encontramos.
Nos encontramos perdidos, pero nos encontramos.
Detrás de nuestro dolor, estamos nosotros...
Estamos... en lo que hemos perdido.
Somos... nuestras perdidas.
Un saludo Mia... y a todos tus lectores.
un abrazo.
nisu.-
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